Cada cual tiene un momento favorito durante el día. Ese instante que nos hace saborear cada segundo y que hace que todo lo que nos pueda ocurrir se nos olvide por un instante. Por lo menos un poquito. ¿Se han preguntado alguna vez cual es el suyo? El mío sin duda es al caer la noche. Cuando la ciudad empieza a bostezar y las luces lo iluminan todo. Si hace buen tiempo, como suele ocurrir por estas fechas, es posible asomarse al balcón y ver un mar de destellos que vienen y van hacia Dios sabe dónde. Como si de un puñado de pequeñas luciérnagas se tratase. Gentes que vuelven a sus casas en busca de un poco de paz al final del día, gentes que buscan un lugar seguro donde pasar la noche. Gentes que empiezan su jornada laboral cuando la ciudad se prepara para dormir, y algunos a los que todavía les quedan unas horas para volver a casa. Las luces encendidas de los edificios dejan entrever sombras y siluetas. El aire huele distinto al anochecer.
Puede que crean que estoy algo loca, pero les diré que una de las cosas que me gusta de los hospitales es que no duermen nunca. Día y noche dando atención y cuidados a esos inquilinos tan especiales. Sus muros protegen del frío en invierno y del intenso calor en verano, y en cada una de sus plantas, mil y una historias. A estas alturas debo haber recorrido cada una de las plantas del hospital en el que estudio cientos de veces, y cada una de ellas me ha parecido diferente. Siempre he salido de sus entrañas con la sensación de haber vivido cien años en unas horas, con la sensación de llevarme conmigo más de lo que he aportado. No sé si podrán entenderme.
En ocasiones pienso que mi relación con la medicina es algo así como una historia de amor. Amor profundo, de ese que te desgarra el alma por dentro. El tipo de amor que hace que desees darlo todo sin esperar nada a cambio, pero de igual modo aquello recibido supera con creces todo lo que das. El tipo de amor que hace que sientas que podrías estallar de felicidad. La verdad es que me cuesta expresarlo con palabras y mentiría si dijese que siempre ha sido así. Todos los inicios son duros.
